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Darks

Publicado en Página 12 (contratapa) el 11-10-04

Darks

Por Sandra Russo

Para un periodista, hay crónicas que son muy difíciles de hacer. Uno tiende a pensar en noticias dolorosas, impactantes, sangrientas. En masacres, en catástrofes, en accidentes. No, ésas no son las más difíciles. Si un editor quiere poner a prueba a un cronista, puede mandarlo a cubrir el Día de la Primavera en los bosques de Palermo. Así sí te quiero ver. ¿Cómo escribir algo que valga la pena, cómo ver algo más que el lugar común en ese rito que permanece imperturbable a lo largo de los años mientras sólo sus protagonistas van cambiando? ¿Cómo apuntar algo más que “con alegría, los estudiantes desafiaron a la lluvia” –porque, es fija, cada año, ese día siempre llueve–? Es difícil hacer esa crónica porque el cronista no puede ver nada más allá de las guitarreadas parecidas a las de Luján, los porros atrás de un árbol, las parejitas besándose, el pasto lleno de basura, en fin, ese folklore encarnado por cada nueva generación, pero fijado de antemano dentro del corralito de un día y un espacio: el Día del Estudiante, que coincide con el Día de la Primavera, lleva inscripto su paisaje, su borde y su desborde, su tibia y anticipada decadencia, su presunta explosión de alegría, la homologación del estudiante al capullo, el alineamiento del adolescente al brote que se sale de la vaina por mostrarse en flor.

Falsamente báquico, escenográficamente desordenado, ese día está reservado para que los estudiantes hagan mugre en Palermo y se expresen como gusten. El conjunto “los adolescentes” debería encajar con el conjunto “los estudiantes”, pero no es así en un país como éste, de modo que lo primero que deberían festejar los que entran en el conjunto “los estudiantes” es no ser “los lúmpenes”. Pero aun así, aún dejando de lado las consideraciones explícitamente políticas, la asociación entre jóvenes y primavera no es ni casual ni caprichosa. Hay una voluntad colectiva y colectivamente tranquilizadora en asimilar la juventud a un tiempo cálido, no tórrido, prometedor, ligeramente sensual, no sexual, a un tiempo encapsulado en una promesa incumplida: la primavera en tanto eterna primavera, la primavera freezada, sin su pasaje al verano y a sus voluptuosidades, contiene una reserva de significados que la sociedad querría hacer coincidir con la juventud: la medida de una inocencia y la medida de una temperatura. De todo un poco. Mucho, de nada.

No deja de ser curiosa e intencionada la asociación entre juventud y primavera. La juventud, y especialmente la adolescencia, suelen tener zonas de riesgo y de oscuridad notables. Es la época de la vida en la que se descree. Todo se pone en duda. La llaga está en carne viva. Hay preguntas. Hay miradas de rayos ultravioletas que detectan mentiras, poses, injusticias y miserias. Hay demanda y no hay oferta. Una energía brutal no encuentra su continente. Hay tristeza y todavía no hay autoconfianza. No hay interlocutores ni maestros. La adolescencia es una ruta sin señalizar. Todos los caminos y todas las direcciones parecen estar disponibles, pero el adolescente percibe, y con razón, que ésa es una farsa más. La mayoría de los destinos ya están marcados.

La adolescencia no es primaveral. Es oscura. Hay pantanos. Los que expresan esta sensación laberíntica suelen ser llamados “darks”, pero ellos son solamente el emergente de una percepción más amplia e incluso más lúcida que aquella que insiste en el capullo candoroso cuyo futuro está trazado y cuyo corolario será la flor. Queremos pensar eso y les regalamos los bosques de Palermo, un día por año, para que hagan travesuras y se dejen sacar fotos que después no mira nadie.

La adolescencia es una zona de tránsito espesa, que cuestiona por su propia y poderosa naturaleza, física y mental, todos los órdenes establecidos. La adolescencia es dark, nos guste o no nos guste, se vista el joven o no de negro, como es dark toda versión del alma humana cuando por un instante se suelta de lo que debe ser y se pregunta por lo que debería ser. Los adolescentes son pequeños y accidentados filósofos, improvisados y tercos poetas que hacen preguntas que otros se han hecho antes y para las que tampoco encontraron respuesta. Queremos tranquilizarnos describiéndolos como capullos tiernos, cuando no toleramos la embestida de su brutal intensidad.

Ciudadana Hilton

Publicado en Página 12 (contratapa) el 26-06-07

Ciudadana Hilton


Por Rodrigo Fresán

UNA La otra noche volví a verla. Una –otra– noticia sobre ella en alguno de esos programas de prensa rosa encendido. Nuevas noticias viejas. Da igual: una pelea con Lindsay Lohan, una salida con Britney Spears, una reconciliación con su amiga Nicole Richie, un rumor de romance fresco instantáneamente marchito, la entrada o salida de prisión, el lanzamiento de un nuevo producto llevando el mismo nombre de siempre: el suyo.

Porque hay que decirlo: el nombre de Paris Hilton es un gran nombre, el más googleado, una marca perfecta, una droga muy adictiva, una contraseña inolvidable, algo que combina lo mitológico/amoroso con lo dinástico/hotelero, lo mejor del Viejo Mundo europeo con la potencia del Sueño Americano realizado. Sí, lo mejor que tiene Paris Hilton es su nombre. Lo único bueno que tiene dirán algunos, pero yo no estoy tan seguro...

DOS Lo de Paris Hilton es más complejo. ¿Qué nos ha dado esta rubia larga, un tanto zombi, con mirada envasada al vacío y sonrisa de Gioconda tonta? Supongo que la respuesta es rara y que la respuesta es todo y nada.

Paris Hilton –hasta donde sé, rubia auténtica a diferencia de Evita, Marilyn Monroe y Madonna– será para muchos el perfecto y definitivo espécimen de tarada de cabellos claros. Alguien de quien reírse mientras se la señala y se la desprecia. Pero lo de antes: yo no estoy tan seguro. Para empezar: Paris Hilton –para ser alguien que despierta tantas burlas y carcajadas, días atrás fue insultada por una presentadora de los premios MTV con una saña bestial– se ríe demasiado, se ríe todo el tiempo. Y cabe sospechar que se ríe de nosotros.

TRES Y mientras no deja de reír, de pasarla bien, de festejar su último cumpleaños varias veces en varias ciudades, de buscarse un novio millonario y griego que se llame Paris (para extraviarlo casi enseguida), de aparecer en todas partes al mismo tiempo exhibiendo su pálida carne de paparazzi, Paris Withney Hilton –nacida el 17 de febrero de 1981, modelo y actriz y escritora según la Wikipedia quien, además, le endilga el rótulo de celebutante: mutación de celebrity y debutante– no deja de malgastar dólares pero también de enriquecerse con el negocio de ser ella misma. Y ahí está la cuestión: ¿Quién es Paris Hilton? O mejor dicho: ¿Qué es Paris Hilton? ¿Cuál es la resultante de sus líneas de artículos de belleza, de su disco tan malo que vende tanto, de su participación en películas de terror clase Z (que le valió un premio al “Mejor Grito en Escena” en el 2005 y a la mejor “Actuación Asustada” del 2006), de su video X-RATED titulado ingeniosamente A Night in Paris con chico de turno filmado en la habitación de un hotel de la competencia, de su reality-show en el que se expone a los grandes peligros de la vida en una granja de baja estofa, de su anuncio de ayuno sexual, de su juego para teléfono móvil, de sus ganas de ser astronauta de luxe, de su futura serie de dibujos animados contando su vida y la de su segundona hermana Nicky y la de su espantoso perrito Tinkerbell al que le dedicó todo un libro? Sumar todo lo anterior y obtener el paradójico resultado de que Paris Hilton es el todo y la nada, materia más primal que prima, la fama de ser famosa, el perfecto y definitivo y absoluto sueño húmedo y pesadilla seca de Andy Warhol. Porque Paris Hilton no sólo ha probado aquello de que en el futuro, en este presente milenarista, todos serán famosos por quince minutos sino que, además –tal vez por culpa del agujero de ozono, del efecto invernadero, de la despiadada acción del hombre sobre el cutis del planeta– los minutos pasan cada vez más y más y más despacio.

CUATRO Entonces ése es su mérito. Ser aquí y ahora. Me cuesta imaginarla como juguete de Calígula o cortesana de los Borgia o como pin-up de ese oscuro Hollywood dorado con rubias platinadas y dalias negras. Mucho menos como uno de los “cisnes” a los que era adicto Truman Capote. Le falta crueldad y malicia y, sí, belleza. No: el gran mérito de Paris Hilton –polimorfa y perversa, placer culposo, perfecto tema para The E! True Hollywood Story o The Life of the Rich and Famous, repitiendo su mantra “That’s hot!” cada cinco segundos– es la de definir los tiempos en que vivimos. Al igual que cada país –en especial latinoamericano– tiene el presidente que se merece, cada época recibe la celebridad que la define, la forma y la deforma. Nos merecemos a Paris Hilton y no es válido –como hizo el Dr. Víctor Frankenstein– indignarse y desconocer al monstruo que hemos creado.

Y todo parece indicar que la cosa va para largo y que Paris no tiene la menor intención de acortarla y que seguirá haciendo eso que sólo ella sabe hacer. Algo que –a falta de un verbo mejor– definiré como parishiltonear.

Poco y nada me cuesta –dentro de unas cuantas décadas, luego de numerosos transplantes y cirugías, habiendo recorrido un largo camino, muchacha, con ese andar elástico y esos dientes de leona desganada que siempre acaba de comer– imaginarla agonizando en la cama de una recámara formidable de su formidable Xanadú, dispuesta a exhalar su último aliento y pronunciando dos últimas palabras que no despertarán duda o crearán misterio alguno. Nada de trineo, nada que se extrañe de un pasado distante, ninguna epifanía final sobre el tiempo perdido. No. Paris Hilton se limitará a pronunciar un Paris Hilton. Su nombre y su marca para después morir con la más feliz de las sonrisas frente a una cámara que la estará filmando para que podamos verla, enseguida, por fin, descansar en paz sin que eso signifique necesariamente nuestro descanso.

Ya se lo advirtió Humphrey Bogart a Ingrid Bergman en Casablanca: “Siempre tendremos Paris”.

CINCO Y mientras escribo esto se anuncia su inminente puesta en libertad –a mitad de condena– debido a su “extrema delgadez”.

Ya puedo verlo: los flashes a la salida y ella sonriendo y riéndose y pensando ya en el libro –que escribirá otro pero que firmará ella– sobre toda esta experiencia en la que, dicen (seguro que, ahí mismo, le recomendó una crema para su cutis y un coiffeur para su barba) vio a Dios o algo así.

Ya saben.

Está suelta. Otra vez.

Y nosotros –inocentes pero cómplices, convencidos ingenuamente de que el que da de comer es el que está libre– seguimos pensando en que la vemos desde el otro lado de los barrotes de su jaula.

Dorada, por supuesto.

I don't wanna talk about it... how u broke my heart

Persona








Cuando la vi me impactó. Supe desde ahí que iba a bajar esta imagen. Que iba a ser mía. Escribí, con ella presente; y lo presenté al mundo.


"Ese soy yo. Soy yo. Soy yo. Y todavía no lo puedo creer. ¿Qué hay que creer cuando la vida misma no es creíble? Toda la vitalidad del mundo se desdibuja en confusión. Cada parada es la próxima y casi nada tiene sentido. Sin embargo, la simpleza me sorprende y depsierto en medio de las personas, a quienes amo por existir.


Los últimos fueron días complicados, raros, llenos de dudas, lindos también y llenos de diversión y gozo, pero, lleno de dudas. Como si nunca pudiera escindirse. Increible como uno mismo propicia sus preguntas. Es uno mismo quien llama a la reflexión cuando y como puede. Estoy pensando en alguien en particular, y sin embargo es probable que no pase lo mismo del otro lado, o si. Quiero por lo menos hablarlo, por lo menos tener la chance de dejar claras las cosas, pero no creo que acceda, cada minuto pierdo un poco más las esperanzas; y al final, será como la última vez, un vacío de palabras.

Cada minuto que pasa, pasa la vida ¿no?"

Algo Personal

Probablemente en su pueblo se les recordará
como a cachorros de buenas personas
que hurtaban flores para regalar a su mamá
y daban de comer a las palomas.

Probablemente que todo eso debe ser verdad
aunque es más turbio cómo y de qué manera
llegaron esos individuos a ser lo que son
ni a quién sirven cuando alzan las banderas.

Hombres de paja que usan la colonia y el honor
para ocultar oscuras intenciones.
Tienen doble vida, son sicarios del mal,
entre esos tipos y yo hay algo personal.

Rodeados de protocolo, comitiva y seguridad
viajan de incógnito en autos blindados
a sembrar calumnias, a mentir con naturalidad
a colgar en las escuelas su retrato.

Se gastan más de lo que tienen en coleccionar,
espías, listas negras y arsenales.
Resulta bochornoso verles fanfarronear
a ver quién es el que la tiene más grande.

Se arman hasta los dientes en el nombre de la paz
y juegan con cosas que no tienen repuesto
la culpa es del otro si algo les sale mal.
Entre esos tipos y yo hay algo personal.

Y como quieren la cosa nada tienen que perder
pulsan la alarma y rompen las promesas
y en nombre de quien no tienen el gusto de conocer
nos ponen la pistola en la cabeza.

Se agarran de los pelos pero para no ensuciar
van a cagar a casa de otra gente
y experimentan nuevos métodos para masacrar
sofisticados y a la vez convincentes.

No conocen ni a su padre cuando pierden el control
ni recuerdan que en el mundo hay niños.
Nos niegan a todos el pan y la sal
entre esos tipos y yo hay algo personal.

Pero eso sí, los sicarios no pierden la ocasión
en declarar públicamente su empeño.
En propiciar un diálogo de franca distensión
que les permita hallar un marco previo
que garantice unas premisas mínimas
que contribuyan a crear los resortes
que impulsen un punto de partida sólido y capaz
de este a oeste y de sur a norte
donde establecer las bases, de un tratado de amistad
que contribuya a poner los cimientos
de una plataforma donde edificar
un hermoso futuro de amor y paz.


Joan Manuel Serrat

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