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La Extraña Pareja





La noche debilita los corazones...
El sol limpia las calles, la memoria, feroces pasiones atenúa.


Ismael Serrano



Definiciones: Puro/a

puro, ra.

(Del lat. purus).

1. adj. Libre y exento de toda mezcla de otra cosa.

3. adj. Que no incluye ninguna condición, excepción o restricción ni plazo.

5. adj. Libre y exento de imperfecciones morales.

6. adj. Mero, solo, no acompañado de otra cosa.

Definiciones: Locura

Locura.

(De loco).

1. f. Privación del juicio o del uso de la razón.

3. f. Acción que, por su carácter anómalo, causa sorpresa.

4. f. Exaltación del ánimo o de los ánimos, producida por algún afecto u otro incentivo.


(Increiblemente mientras más aumenta el número, mejor parece la definición =)

Tsunami


Sospecho que esta vez me toca a mí
Pagar toda la puta fiesta
[...]
Si pierdo mi alma nada va a estar bien


Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado


La Partida Del Tren

De Clarice Lispector

La partida del tren (extracto) [Texto Completo]

Pequeños extractos de un cuento maravilloso...

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De las arrugas que la ocultaban salía la forma pura de una nariz perdida en la edad, y de una boca que en otros tiempos debía haber sido llena y sensible. Pero qué importa. Se llega a un cierto punto y lo que fue no importa.
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Cuando la locomotora se puso en movimiento, se sorprendió un poco: no esperaba que el tren siguiera en esa dirección y se encontró sentada de espaldas al camino.
Ángela Pralini advirtió el movimiento y preguntó:
-¿Quiere cambiar de lugar conmigo?
Doña María lo rechazó con delicadeza, dijo que no, muchas gracias, a ella le daba lo mismo. Pero parecía haberse perturbado. Se pasó la mano sobre el camafeo afiligranado de oro, pinchado en el pecho, paseó la mano por el broche, la quitó, la llevó hasta el sombrero de fieltro con una rosa de paño, la retiró. Seca. ¿Ofendida? Al final, le preguntó a Ángela Pralini:
-¿Es por mí que desea cambiar de lugar?
Ángela Pralini dijo que no, se sorprendió, la vieja se sorprendió por el mismo motivo: no se reciben atenciones de una viejita. Ella sonrió un poco demasiado y los labios cubiertos de talco se partieron en surcos secos: estaba encantada. Y un poco agitada:
-Qué amabilidad la suya -le dijo-, qué gentileza.
Hubo un movimiento de perturbación porque Ángela Pralini rió también, y la vieja continuaba riendo, mostrando una dentadura bien arenada. Dio discretamente un tirón al cinturón que la apretaba demasiado.
-Qué amable- repitió.
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¡Oh, no!, pensó Ángela, se estaba arruinando todo, el chico no debía haber dicho eso, era demasiado, no había que tocarla otra vez. Porque la vieja, casi a punto de perder la actitud de la que vivía, casi a punto de perder cierta amargura, temblaba como música de clave entre la sonrisa y el extremo encanto.
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Nadie sabe dónde estoy, pensó Ángela Pralini, y eso la asustaba un poco, ella era una fugitiva.
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Ángela se acordó de la nota que dejó para Eduardo: "No me busques. Voy a desaparecer de tu vida para siempre. Te amo como nunca. Tu Ángela no fue más tuya porque tú no quisiste".
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Quedaron en silencio. Ángela Pralini se entregó al ruido cadencioso del tren.
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Ángela sonrió. La vieja permaneció sonriendo sin quitar los ojos profundos y vacíos de los ojos de la muchacha. Vamos, vamos, la fustigaban de todos lados, y ella espiaba para acá y para allá como si fuera a escoger. ¡Vamos, vamos!, la empujaban riendo de todos lados y ella se sacudía, sonriente, delicada.
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Ángela se estremeció súbitamente: quién daría el último día de vermicida al cachorro. Ah, Ulises
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Doña María Rita pensaba: cuando se hizo vieja comenzó a desaparecer para los otros, sólo la veían por casualidad. Ella ya era el futuro.
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Ángela pensó: creo que si encontrara la verdad, no podría pensarla. Sería impronunciable mentalmente.
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Ella no era novedad para nadie.
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Un diálogo que sostenía consigo misma:
-¿Estás haciendo algo?
-Sí, estoy: estoy siendo triste.
-¿No te molesta estar sola?
-No; pienso
A veces no pensaba. A veces se quedaba sólo siendo. No necesitaba hacer. Ser era ya un hacer. Podía ser lentamente o un poco de prisa.
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-Cuando era joven era muy mentirosa. Mentía muchísimo.
Después, como si se hubiera desencantado de la magia de la mentira, dejó de mentir.
Ángela, mirando a la vieja doña María Rita, tuvo miedo de envejecer y de morir.
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Sostén mi mano, Eduardo, para no tener miedo de morir. Pero él no sostenía nada.
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La vieja ya era el futuro. Parecía tener vergüenza.
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Que no me dejen sola. ¿Qué edad tengo? Ya ni lo sé.
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Después, enseguida, vació su pensamiento. Y era tranquilamente nada. Mal existía. Era bueno así, muy bueno. Inmersiones en la nada.
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La vieja era anónima como una gallina.
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Quiero sombra, gimió Ángela, quiero sombra y anonimato.
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Ulises, si tu cara fuera vista bajo el punto de vista humano, serías monstruoso y feo.
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La vieja era nada. Y miraba hacia el aire como se mira a Dios. Estaba hecha de Dios. Es decir: todo o nada. La vieja, pensó Ángela, era vulnerable. Vulnerable al amor, al amor de su hijo. La madre era franciscana, la hija polución.
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La vieja pensó: soy una persona involuntaria.
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Nadie sabía si se había adormecido por confianza en ella.
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Instrucciones para subir una escalera

De Julio Cortázar

Instrucciones para subir una escalera

Nadie habrá dejado de observar que con frecuencia el suelo se pliega de manera tal que una parte sube en ángulo recto con el plano del suelo, y luego la parte siguiente se coloca paralela a este plano, para dar paso a una nueva perpendicular, conducta que se repite en espiral o en línea quebrada hasta alturas sumamente variables. Agachándose y poniendo la mano izquierda en una de las partes verticales, y la derecha en la horizontal correspondiente, se está en posesión momentánea de un peldaño o escalón. Cada uno de estos peldaños, formados como se ve por dos elementos, se situó un tanto más arriba y adelante que el anterior, principio que da sentido a la escalera, ya que cualquiera otra combinación producirá formas quizá más bellas o pintorescas, pero incapaces de trasladar de una planta baja a un primer piso.
Las escaleras se suben de frente, pues hacia atrás o de costado resultan particularmente incómodas. La actitud natural consiste en mantenerse de pie, los brazos colgando sin esfuerzo, la cabeza erguida aunque no tanto que los ojos dejen de ver los peldaños inmediatamente superiores al que se pisa, y respirando lenta y regularmente. Para subir una escalera se comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre en cuero o gamuza, y que salvo excepciones cabe exactamente en el escalón. Puesta en el primer peldaño dicha parte, que para abreviar llamaremos pie, se recoge la parte equivalente de la izquierda (también llamada pie, pero que no ha de confundirse con el pie antes citado), y llevándola a la altura del pie, se le hace seguir hasta colocarla en el segundo peldaño, con lo cual en éste descansará el pie, y en el primero descansará el pie. (Los primeros peldaños son siempre los más difíciles, hasta adquirir la coordinación necesaria. La coincidencia de nombre entre el pie y el pie hace difícil la explicación. Cuídese especialmente de no levantar al mismo tiempo el pie y el pie).
Llegando en esta forma al segundo peldaño, basta repetir alternadamente los movimientos hasta encontrarse con el final de la escalera. Se sale de ella fácilmente, con un ligero golpe de talón que la fija en su sitio, del que no se moverá hasta el momento del descenso.

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