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La Partida Del Tren

De Clarice Lispector

La partida del tren (extracto) [Texto Completo]

Pequeños extractos de un cuento maravilloso...

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De las arrugas que la ocultaban salía la forma pura de una nariz perdida en la edad, y de una boca que en otros tiempos debía haber sido llena y sensible. Pero qué importa. Se llega a un cierto punto y lo que fue no importa.
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Cuando la locomotora se puso en movimiento, se sorprendió un poco: no esperaba que el tren siguiera en esa dirección y se encontró sentada de espaldas al camino.
Ángela Pralini advirtió el movimiento y preguntó:
-¿Quiere cambiar de lugar conmigo?
Doña María lo rechazó con delicadeza, dijo que no, muchas gracias, a ella le daba lo mismo. Pero parecía haberse perturbado. Se pasó la mano sobre el camafeo afiligranado de oro, pinchado en el pecho, paseó la mano por el broche, la quitó, la llevó hasta el sombrero de fieltro con una rosa de paño, la retiró. Seca. ¿Ofendida? Al final, le preguntó a Ángela Pralini:
-¿Es por mí que desea cambiar de lugar?
Ángela Pralini dijo que no, se sorprendió, la vieja se sorprendió por el mismo motivo: no se reciben atenciones de una viejita. Ella sonrió un poco demasiado y los labios cubiertos de talco se partieron en surcos secos: estaba encantada. Y un poco agitada:
-Qué amabilidad la suya -le dijo-, qué gentileza.
Hubo un movimiento de perturbación porque Ángela Pralini rió también, y la vieja continuaba riendo, mostrando una dentadura bien arenada. Dio discretamente un tirón al cinturón que la apretaba demasiado.
-Qué amable- repitió.
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¡Oh, no!, pensó Ángela, se estaba arruinando todo, el chico no debía haber dicho eso, era demasiado, no había que tocarla otra vez. Porque la vieja, casi a punto de perder la actitud de la que vivía, casi a punto de perder cierta amargura, temblaba como música de clave entre la sonrisa y el extremo encanto.
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Nadie sabe dónde estoy, pensó Ángela Pralini, y eso la asustaba un poco, ella era una fugitiva.
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Ángela se acordó de la nota que dejó para Eduardo: "No me busques. Voy a desaparecer de tu vida para siempre. Te amo como nunca. Tu Ángela no fue más tuya porque tú no quisiste".
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Quedaron en silencio. Ángela Pralini se entregó al ruido cadencioso del tren.
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Ángela sonrió. La vieja permaneció sonriendo sin quitar los ojos profundos y vacíos de los ojos de la muchacha. Vamos, vamos, la fustigaban de todos lados, y ella espiaba para acá y para allá como si fuera a escoger. ¡Vamos, vamos!, la empujaban riendo de todos lados y ella se sacudía, sonriente, delicada.
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Ángela se estremeció súbitamente: quién daría el último día de vermicida al cachorro. Ah, Ulises
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Doña María Rita pensaba: cuando se hizo vieja comenzó a desaparecer para los otros, sólo la veían por casualidad. Ella ya era el futuro.
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Ángela pensó: creo que si encontrara la verdad, no podría pensarla. Sería impronunciable mentalmente.
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Ella no era novedad para nadie.
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Un diálogo que sostenía consigo misma:
-¿Estás haciendo algo?
-Sí, estoy: estoy siendo triste.
-¿No te molesta estar sola?
-No; pienso
A veces no pensaba. A veces se quedaba sólo siendo. No necesitaba hacer. Ser era ya un hacer. Podía ser lentamente o un poco de prisa.
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-Cuando era joven era muy mentirosa. Mentía muchísimo.
Después, como si se hubiera desencantado de la magia de la mentira, dejó de mentir.
Ángela, mirando a la vieja doña María Rita, tuvo miedo de envejecer y de morir.
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Sostén mi mano, Eduardo, para no tener miedo de morir. Pero él no sostenía nada.
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La vieja ya era el futuro. Parecía tener vergüenza.
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Que no me dejen sola. ¿Qué edad tengo? Ya ni lo sé.
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Después, enseguida, vació su pensamiento. Y era tranquilamente nada. Mal existía. Era bueno así, muy bueno. Inmersiones en la nada.
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La vieja era anónima como una gallina.
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Quiero sombra, gimió Ángela, quiero sombra y anonimato.
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Ulises, si tu cara fuera vista bajo el punto de vista humano, serías monstruoso y feo.
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La vieja era nada. Y miraba hacia el aire como se mira a Dios. Estaba hecha de Dios. Es decir: todo o nada. La vieja, pensó Ángela, era vulnerable. Vulnerable al amor, al amor de su hijo. La madre era franciscana, la hija polución.
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La vieja pensó: soy una persona involuntaria.
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Nadie sabía si se había adormecido por confianza en ella.
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2 comentarios:

Jaros dijo...

En una noche fria y sin estrellas....no quería esto...


aaaaaaaahhhhhhhhhhhhhhhhhh

FeroH dijo...

je je je, la magia de la literatura... (me encanta)

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